Kichiro tomó a Jimbo, lo escondió
entre sus brazos para protegerlo y se ocultó tras unos troncos apilados a un
lado de la cabaña. El cachorro ya había sufrido demasiado y no iba a permitir
que le hicieran daño de nuevo. Sin embargo, estaba muy asustado porque no sabía
de quién se trataba y era consciente de
que la cabaña debía tener dueño.
Mientras más se acercaba el sonido
de los pasos, más se angustiaba su alma tratando de preguntarse qué clase de
persona era aquella que tenía a Jimbo amarrado de la manera en que lo encontró.
¿Cómo sería su rostro? ¿Cómo sería con otras pesonas?
De repente, un hombre alto que
vestía un abrigo largo y sombrero, irrumpe en la cabaña. Al no encontrar al
cachorro se llena de ira y empieza a llamarlo con desesperación:
-
Sssssss....Ven aquí perro tonto. Ya verás cuando te encuentre. Te amarraré de
nuevo y esta vez pasarás más
tiempo sin comer. Eso te va a enseñar a no jugar conmigo... ¡Que salgas de dónde estés te digo!
Caminaba como un loco por la cabaña mientras
Kichiro lo observaba por una rendija desde su escondite y trataba de
tranquilizar a Jimbo que temblaba de susto.
Los miedos de Kichiro se
confirmaban. No era una buena persona al menos con el cachorro y dejaba ver sus
intenciones con sus expresiones de enfado:
-
Por eso es que odio los animales. No hacen más que dar problemas como si no
tuviera ya suficientes. Te venderé a
buen precio y me desharé de ti condenado perro. ¡Aparece ya!...
El hombre tomó un saco lo
suficientemente espacioso como para atrapar al cachorro y continuó buscando
dentro de la cabaña, pero al no encontrarlo decidió salir. Y
en su afán por hallar a Jimbo no rodeó la cabaña, sino que fue directamente
al aljibe ubicado a unos cuantos metros de la puerta trasera.
Allí encontró algunas huellas
frescas del pequeño Jimbo que había mojado sus patitas al beber el agua que
Kichiro le había ofrecido. Pero la ira del misterioso hombre creció al ver
trozos de pan que indicaban que alguien había entrado en su casa.
Regresó rápidamente para revisar
sus pertenencias, de manera que volvió a recorrer los espacios de la cabaña
observando con detalle que cada cosa estuviera en su lugar. Primero la cocina
llena de trastes viejos y una estufa de leña; luego la sala en la que exhibía
muebles forrados en pieles de reses y venados que él mismo cazaba; y finalmente la única habitación, donde había una cama, un armario de madera y una mesa
de noche con una fotografía en la que aparecía él junto con una mujer, una niña
y un perro.
Se sentó en la cama y tomó la
fotografía. La observó y su ira se transformó en tristeza olvidando
por un momento que estaba buscando algo o alguien. Pero en ese instante, Jimbo
empezó a chillar de miedo y los intentos de Kichiro por callarlo fueron
fallidos a tal punto, que la pila de troncos tras la cual se escondían se
derrumbó haciendo un estruendo enorme.
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