jueves, 13 de marzo de 2014

Kichiro tomó a Jimbo, lo escondió entre sus brazos para protegerlo y se ocultó tras unos troncos apilados a un lado de la cabaña. El cachorro ya había sufrido demasiado y no iba a permitir que le hicieran daño de nuevo. Sin embargo, estaba muy asustado porque no sabía de quién se  trataba y era consciente de que la cabaña debía tener dueño.

Mientras más se acercaba el sonido de los pasos, más se angustiaba su alma tratando de preguntarse qué clase de persona era aquella que tenía a Jimbo amarrado de la manera en que lo encontró. ¿Cómo sería su rostro? ¿Cómo sería con otras pesonas?

De repente, un hombre alto que vestía un abrigo largo y sombrero, irrumpe en la cabaña. Al no encontrar al cachorro se llena de ira y empieza a llamarlo con desesperación:

                - Sssssss....Ven aquí perro tonto. Ya verás cuando te encuentre. Te amarraré de nuevo y                               esta vez pasarás más tiempo sin comer. Eso te va a enseñar a no jugar conmigo... ¡Que salgas                       de dónde estés te digo!

 Caminaba como un loco por la cabaña mientras Kichiro lo observaba por una rendija desde su escondite y trataba de tranquilizar a Jimbo que temblaba de susto.

Los miedos de Kichiro se confirmaban. No era una buena persona al menos con el cachorro y dejaba ver sus intenciones con sus expresiones de enfado:

                - Por eso es que odio los animales. No hacen más que dar problemas como si no tuviera ya                            suficientes. Te venderé a buen precio y me desharé de ti condenado perro. ¡Aparece ya!...

El hombre tomó un saco lo suficientemente espacioso como para atrapar al cachorro y continuó buscando dentro de la cabaña, pero al no encontrarlo decidió salir. Y en su afán por hallar a Jimbo no rodeó la cabaña, sino que fue directamente al aljibe ubicado a unos cuantos metros de la puerta trasera.

Allí encontró algunas huellas frescas del pequeño Jimbo que había mojado sus patitas al beber el agua que Kichiro le había ofrecido. Pero la ira del misterioso hombre creció al ver trozos de pan que indicaban que alguien había entrado en su casa.

Regresó rápidamente para revisar sus pertenencias, de manera que volvió a recorrer los espacios de la cabaña observando con detalle que cada cosa estuviera en su lugar. Primero la cocina llena de trastes viejos y una estufa de leña; luego la sala en la que exhibía muebles forrados en pieles de reses y venados que él mismo cazaba; y finalmente la única habitación, donde había una cama, un armario de madera y una mesa de noche con una fotografía en la que aparecía él junto con una mujer, una niña y un perro.

Se sentó en la cama y tomó la fotografía. La observó y su ira se transformó en tristeza olvidando por un momento que estaba buscando algo o alguien. Pero en ese instante, Jimbo empezó a chillar de miedo y los intentos de Kichiro por callarlo fueron fallidos a tal punto, que la pila de troncos tras la cual se escondían se derrumbó haciendo un estruendo enorme.



El hombre escuchó aquel bullicio y en seguida dejó la fotografía en su lugar. La ira volvió a apoderarse de su ser y corrió al armario, tomó su arma de caza y salió de la cabaña en menos de lo que dura un parpadeo.


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